Palabras del Dr. Carlos Santiago Fayt, con motivo de su último homenaje en vida, dentro del marco de las Terceras Jornadas Académicas de la Magistratura: “La Justicia en el Bicentenario de la Declaración de Independencia”, organizadas por esta Asociación los días 29 y 30 de agosto en la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Señores Jueces y Funcionarios de la Justicia Nacional:
Agradezco emocionado el homenaje recibido en el marco de este evento tan relevante.
Creo oportuno, compartir con Ustedes, algunas palabras relacionadas con la más digna función que la Nación puede conferir a uno de sus servidores, que es la de decidir los conflictos que aquejan a sus semejantes, impartiendo justicia.
¿A quién sirve un juez?
A la Nación, que le dio formación, abrigo e identidad.
A la República, que le da la organización política necesaria para actuar con independencia.
A la Constitución, porque lo enlaza con los valores que todos comparten para convivir en paz, asegurar la libertad y buscar la felicidad.
A la Democracia, porque asegura esa convivencia, permitiendo que las decisiones de gobierno nazcan del pluralismo, el respeto, la tolerancia y la igualdad.
A la Ley porque, nacida del consenso, da su autoridad a la decisión judicial y pone los límites a la actuación del juez.
A la Justicia, porque solo por su intermedio podrá demostrar que es un BUEN JUEZ.
¿A quién sirve un juez?
A nadie más.
Después de haber trabajado treinta y dos años en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, tratando todos los días de ser un buen juez, llegué a la conclusión de que la mejor manera de no serlo es no tener una conducta independiente.
La Sociedad, por medio de la Constitución, por medio de las leyes, nos reclama que seamos independientes al ejercer la magistratura, que sólo sirvamos a la Nación, a la República, a la Constitución, a la Democracia, a la Ley y a la Justicia y a nadie más.
Para eso, nos distingue de nuestros semejantes y establece severas incompatibilidades con el ejercicio de nuestra función, a las que añade la inamovilidad del cargo y la intangibilidad de la remuneración, resguardos de independencia a los que alguna vez llamé “garantías de garantías”.
Pero lo que realmente importa es que el juez tenga una conducta independiente y lo demuestre con cada uno de sus actos. Con eso logrará el reconocimiento de la sociedad y la confianza en el acierto y la justeza de sus decisiones.
Es la propia conducta del juez la que persuade a la sociedad de la importancia de esas garantías constitucionales que resguardan su desempeño.
Si el juez no se comporta de manera independiente, su conducta, de inmediato atraerá la desconfianza de la sociedad de la importancia de esas garantías constitucionales que resguardan su desempeño.
Si el juez no se comporta de manera independiente, su conducta, de inmediato atraerá la desconfianza de la sociedad sobre la administración de justicia, que sospechará, con acierto, que esas garantías, son en realidad privilegios. En esas condiciones la pérdida de la fe en la justicia sumirá a la sociedad en una profunda desazón y será la causa de muchos otros problemas.
Pero la conducta independiente del Juez, debe ponerse de manifiesto con mayor intensidad en la particular relación que nuestro sistema institucional le ha dado con la Constitución, de la cual es el custodio.
-“El instante supremo del Derecho – decía Eduardo J. Couture – no es el del día de las promesas más o menos solemnes consignadas en los textos constitucionales o legales. El instante realmente dramático es aquel en que el juez, modesto o encumbrado, ignorante o excelso profiere su solemne afirmación implícita en la sentencia. La Constitución vive en tanto se aplica por los jueces: cuando ellos desfallecen, ya no existe más”.
La Constitución sólo vive cuando son los jueces independientes quienes la aplican, por eso y sólo para eso les otorga garantías, no son sólo para ellos, sino para bien de todos.
Quiero también que estas palabras lleguen al corazón y a la conciencia de jueces y funcionarios y que encuentren allí la templanza, entereza y serenidad suficientes para vivir en unidad y concordia.
“Los hermanos sean unidos…”, nos recordaba José Hernández. Todos sabemos cómo Martín Fierro termina esa estrofa de su canto.
Resolvamos nuestras divergencias entre jueces.
Las diferencias, comparadas con las dificultades con las que todos-más allá de cualquier color o adjetivo- tenemos que afrontar, son menores. La concordia y la unidad nos dan los instrumentos indispensables para enfrentarlas de la mejor manera.
Recuerden los cambios profundos que la reforma constitucional de 1994 trajo sobre el Poder Judicial de la Nación. Con algunos de ellos me tocó litigar. Esos cambios se produjeron sin siquiera escuchar a los jueces. Frente a claros desafíos que se aproximan, seamos sensatos y, como hermanos, no dejemos que?“…nos devoren los de afuera”.
Hago mis votos más sinceros para que, como muchas veces dije, como jueces y funcionarios “sean pacientes como la tierra, claros y transparentes como el agua, fuertes como el fuego y justos como el viento”,es lo que necesita la sociedad para responder a los desafíos de este momento.
Como lo hice durante mucho tiempo cuando era juez, quiero dar a cada uno de Ustedes con un fuerte y cálido abrazo.
Muchas gracias.
Carlos S. Fayt.